Sunday, May 13, 2007

Vení que te pincho

Estimados amigos, como ustedes sabrán (o se habrán dado cuenta) el domingo pasado se murió nuestro perro luego de 16 años de acompañarnos. Para quiénes me conocen, sabrán que eso ha sido muy triste; para quiénes no me conocen, a partir de ahora si bien siguen sin conocerme también lo saben...
Este post lo tenía redactado desde hace varios días, pero como tenía la cabeza caliente y estaba un tanto sentimental diferí su publicación. Sin más vueltas vamos a ir a la causa de la muerte de mi perro: la eutanasia.

Siempre estuve de acuerdo con la eutanasia. ¿Por qué? Porque creo en ese mal menos peor. Porque siento que no es justo que alguien agonice; porque siento que no es justo que quiénes siguen con vida también agonicen durante meses o años junto a aquellos que biológicamente ya no van a poder susbsistir por sus propios medios. Porque no es lo que yo les deseo a mis seres queridos si fuera yo el que estuviera enfermo.
Mucho se ha hablado sobre la eutanasia, pero yo siempre lo ví como una discusión más, como un mero debate teórico de argumentos en los cuáles yo me posisionaba en uno de los bandos. Sin embargo, desde el domingo sentí (con mucha fuerza) que esos argumentos son la vida y la muerte; son el "nunca más nos veremos"; son el "cuántos recuerdos"; son el "¿habrá sido necesaria esta medida?

Y ahí es cuando empezaría a hablar del uso razonable y responsable de la eutanasia, ahí les empezaría contar del "cuando ya no queda más que hacer". Pero después del domingo a veces pienso: ¿es razonable lo que hicimos? ¿es responsable? ... como resulta obvio, nadie me lo va a responder.
Ahí es cuando viene la culpa, la culpa de sentir que uno colaboró con matar a un ser querido sin estar seguro de qué iba a pasar con él, la culpa del "no nos costaba nada esperar un poco más". Pero por otro lado se terminaron los aullidos de dolor, se terminó la agonía de un animal que quería levantarse y no podía hacerlo por sus propios medios. Y si miro hacia atrás, también se terminaron 16 años de cariño.

Recuerdo haber visto hace ya un par de años en un programa de TV a un tipo que apareció hablando de los 20 años que cuidaron a su madre hasta que por fin murió. 20 años donde su padre enfermó, donde él se divorció y también se enfermó, donde sus hermanos se pelearon por discrepar con el qué hacer... Lo más increíble es que él dijo que si fuera necesario lo volvería a hacer por 20 años más con las mismas ganas que ya lo había hecho.

Yo, partidario de la eutanasia el domingo me opuse a su uso porque sentí que no era razonable hacerlo. Hoy, una semana después, me siento culpable de no haberlo impedido. Hoy me imagino frente al deber de tomar esa decisión con un ser (humano) querido y no me veo tomándola. No me veo soportando la culpa derivada de la incertidumbre. Tampoco me veo dejando sufrir a ese ser querido.
¿Conclusiones? Sigo estando a favor de la legalización de la eutanasia, (siempre) suponiendo que su uso sería razonable y responsable. Pero en la práctica esos conceptos no existen (y mucho menos en Uruguay, puteada que no viene al caso), eso es puro bolazo, pura teoría. Y ahí es cuando empiezo a sentir que entiendo lo que quiere decir "nadie es Dios", incluso aunque Dios no exista. Pero por otro lado, quizás es lo más justo. Quizás tenía razón mi abuelo cuando decía de forma jocosa "a los viejos hay que matarlos a todos de chicos".

Mi abuelo agonizó (literalmente) dos meses en cama para finalmente morir de la misma enfermedad que lo mató en vida durante todo ese tiempo. Al final, los pocos kilos de incoherencia que quedaban tendidos sobre la cama se alejaban mucho del ser tan gracioso y cariñoso que había sido con todos nosotros. A eso tampoco puede llamársele justicia. Esa justicia yo no la quiero para mí, ni la voy a defender para los demás.

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